2 Es
cierto que al necio lo mata la ira,
Y al codicioso lo
consume la envidia.
3 Yo
he visto al necio que echaba raíces,
Y en la misma hora
maldije su habitación.
4 Sus
hijos estarán lejos de la seguridad;
En la puerta serán
quebrantados,
Y no habrá quien los libre.
5 Su
mies comerán los hambrientos,
Y la sacarán de entre los
espinos,
Y los sedientos beberán su hacienda.
6
Porque la aflicción no sale del polvo,
Ni la molestia
brota de la tierra.
7
Pero como las chispas se levantan para volar por el aire,
Así el hombre nace para la aflicción.
8
Ciertamente yo buscaría a Dios,
Y encomendaría a él mi
causa;
9 El
cual hace cosas grandes e inescrutables,
Y maravillas sin
número;
10
Que da la lluvia sobre la faz de la tierra,
Y envía las
aguas sobre los campos;
11
Que pone a los humildes en altura,
Y a los enlutados
levanta a seguridad;
12
Que frustra los pensamientos de los astutos,
Para que sus
manos no hagan nada;
13
Que prende a los sabios en la astucia de ellos,(A)
Y frustra los designios de los perversos.
14 De
día tropiezan con tinieblas,
Y a mediodía andan a tientas
como de noche.
15
Así libra de la espada al pobre, de la boca de los impíos,
Y de la mano violenta;
16
Pues es esperanza al menesteroso,
Y la iniquidad cerrará
su boca.
17 He
aquí, bienaventurado es el hombre a quien Dios castiga;
Por tanto, no menosprecies la corrección del Todopoderoso.(B)
18
Porque él es quien hace la llaga, y él la vendará;
El
hiere, y sus manos curan.
19 En
seis tribulaciones te librará,
Y en la séptima no te
tocará el mal.
20 En
el hambre te salvará de la muerte,
Y del poder de la
espada en la guerra.
21
Del azote de la lengua serás encubierto;
No temerás la
destrucción cuando viniere.
22 De
la destrucción y del hambre te reirás,
Y no temerás de
las fieras del campo;
23
Pues aun con las piedras del campo tendrás tu pacto,
Y
las fieras del campo estarán en paz contigo.
24
Sabrás que hay paz en tu tienda;
Visitarás tu morada, y
nada te faltará.
25
Asimismo echarás de ver que tu descendencia es mucha,
Y
tu prole como la hierba de la tierra.
26
Vendrás en la vejez a la sepultura,
Como la gavilla de
trigo que se recoge a su tiempo.
27 He
aquí lo que hemos inquirido, lo cual es así;
Oyelo, y
conócelo tú para tu provecho.
1 Respondió entonces Job, y dijo:
2
!!Oh, que pesasen justamente mi queja y mi tormento,
Y se
alzasen igualmente en balanza!
3
Porque pesarían ahora más que la arena del mar;
Por eso
mis palabras han sido precipitadas.
4
Porque las saetas del Todopoderoso están en mí,
Cuyo
veneno bebe mi espíritu;
Y terrores de Dios me combaten.
5
¿Acaso gime el asno montés junto a la hierba?
¿Muge el
buey junto a su pasto?
6 ¿Se
comerá lo desabrido sin sal?
¿Habrá gusto en la clara del
huevo?
7 Las
cosas que mi alma no quería tocar,
Son ahora mi alimento.
8
!!Quién me diera que viniese mi petición,
Y que me
otorgase Dios lo que anhelo,
9 Y
que agradara a Dios quebrantarme;
Que soltara su mano, y
acabara conmigo!
10
Sería aún mi consuelo,
Si me asaltase con dolor sin dar
más tregua,
Que yo no he escondido las palabras del
Santo.
11
¿Cuál es mi fuerza para esperar aún?
¿Y cuál mi fin para
que tenga aún paciencia?
12
¿Es mi fuerza la de las piedras,
O es mi carne de bronce?
13
¿No es así que ni aun a mí mismo me puedo valer,
Y que
todo auxilio me ha faltado?
14 El
atribulado es consolado por su compañero;
Aun aquel que
abandona el temor del Omnipotente.
15
Pero mis hermanos me traicionaron como un torrente;
Pasan
como corrientes impetuosas
16
Que están escondidas por la helada,
Y encubiertas por la
nieve;
17
Que al tiempo del calor son deshechas,
Y al calentarse,
desaparecen de su lugar;
18 Se
apartan de la senda de su rumbo,
Van menguando, y se
pierden.
19
Miraron los caminantes de Temán,
Los caminantes de Sabá
esperaron en ellas;
20
Pero fueron avergonzados por su esperanza;
Porque
vinieron hasta ellas, y se hallaron confusos.
21
Ahora ciertamente como ellas sois vosotros;
Pues habéis
visto el tormento, y teméis.
22
¿Os he dicho yo: Traedme,
Y pagad por mí de vuestra
hacienda;
23
Libradme de la mano del opresor,
Y redimidme del poder de
los violentos?
24
Enseñadme, y yo callaré;
Hacedme entender en qué he
errado.
25
!!Cuán eficaces son las palabras rectas!
Pero ¿qué
reprende la censura vuestra?
26
¿Pensáis censurar palabras,
Y los discursos de un
desesperado, que son como el viento?
27
También os arrojáis sobre el huérfano,
Y caváis un hoyo
para vuestro amigo.
28
Ahora, pues, si queréis, miradme,
Y ved si digo mentira
delante de vosotros.
29
Volved ahora, y no haya iniquidad;
Volved aún a
considerar mi justicia en esto.
30
¿Hay iniquidad en mi lengua?
¿Acaso no puede mi paladar
discernir las cosas inicuas?
1 ¿No es acaso brega la vida
del hombre sobre la tierra,
Y sus días como los días del
jornalero?
2
Como el siervo suspira por la sombra,
Y como el jornalero
espera el reposo de su trabajo,
3 Así
he recibido meses de calamidad,
Y noches de trabajo me
dieron por cuenta.
4
Cuando estoy acostado, digo: ¿Cuándo me levantaré?
Mas la
noche es larga, y estoy lleno de inquietudes hasta el alba.
5 Mi
carne está vestida de gusanos, y de costras de polvo;
Mi
piel hendida y abominable.
6 Y
mis días fueron más veloces que la lanzadera del tejedor,
Y fenecieron sin esperanza.
7
Acuérdate que mi vida es un soplo,
Y que mis ojos no
volverán a ver el bien.
8 Los
ojos de los que me ven, no me verán más;
Fijarás en mí
tus ojos, y dejaré de ser.
9
Como la nube se desvanece y se va,
Así el que desciende
al Seol no subirá;
10 No
volverá más a su casa,
Ni su lugar le conocerá más.
11
Por tanto, no refrenaré mi boca;
Hablaré en la angustia
de mi espíritu,
Y me quejaré con la amargura de mi alma.
12
¿Soy yo el mar, o un monstruo marino,
Para que me pongas
guarda?
13
Cuando digo: Me consolará mi lecho,
Mi cama atenuará mis
quejas;
14
Entonces me asustas con sueños,
Y me aterras con
visiones.
15 Y
así mi alma tuvo por mejor la estrangulación,
Y quiso la
muerte más que mis huesos.
16
Abomino de mi vida; no he de vivir para siempre;
Déjame,
pues, porque mis días son vanidad.
17
¿Qué es el hombre, para que lo engrandezcas,
Y para que
pongas sobre él tu corazón,(C)
18 Y
lo visites todas las mañanas,
Y todos los momentos lo
pruebes?
19
¿Hasta cuándo no apartarás de mí tu mirada,
Y no me
soltarás siquiera hasta que trague mi saliva?
20 Si
he pecado, ¿qué puedo hacerte a ti, oh Guarda de los hombres?
¿Por qué me pones por blanco tuyo,
Hasta convertirme en una carga para mí mismo?
21 ¿Y
por qué no quitas mi rebelión, y perdonas mi iniquidad?
Porque ahora dormiré en el polvo,
Y si me buscares de
mañana, ya no existiré.
1 Y Saulo consentía en su muerte. En aquel día hubo una gran persecución contra la iglesia que estaba en Jerusalén; y todos fueron esparcidos por las tierras de Judea y de Samaria, salvo los apóstoles.
2 Y hombres piadosos llevaron a enterrar a Esteban, e hicieron gran llanto sobre él.
3 Y Saulo asolaba la iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba a hombres y a mujeres, y los entregaba en la cárcel.(A)
4 Pero los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio.
5 Entonces Felipe, descendiendo a la ciudad de Samaria, les predicaba a Cristo.
6 Y la gente, unánime, escuchaba atentamente las cosas que decía Felipe, oyendo y viendo las señales que hacía.
7 Porque de muchos que tenían espíritus inmundos, salían éstos dando grandes voces; y muchos paralíticos y cojos eran sanados;
8 así que había gran gozo en aquella ciudad.
9 Pero había un hombre llamado Simón, que antes ejercía la magia en aquella ciudad, y había engañado a la gente de Samaria, haciéndose pasar por algún grande.
10 A éste oían atentamente todos, desde el más pequeño hasta el más grande, diciendo: Este es el gran poder de Dios.
11 Y le estaban atentos, porque con sus artes mágicas les había engañado mucho tiempo.
12 Pero cuando creyeron a Felipe, que anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizaban hombres y mujeres.
13 También creyó Simón mismo, y habiéndose bautizado, estaba siempre con Felipe; y viendo las señales y grandes milagros que se hacían, estaba atónito.
14 Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan;
15 los cuales, habiendo venido, oraron por ellos para que recibiesen el Espíritu Santo;
16 porque aún no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente habían sido bautizados en el nombre de Jesús.
17 Entonces les imponían las manos, y recibían el Espíritu Santo.
18 Cuando vio Simón que por la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero,
19 diciendo: Dadme también a mí este poder, para que cualquiera a quien yo impusiere las manos reciba el Espíritu Santo.
20 Entonces Pedro le dijo: Tu dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero.
21 No tienes tú parte ni suerte en este asunto, porque tu corazón no es recto delante de Dios.(B)
22 Arrepiéntete, pues, de esta tu maldad, y ruega a Dios, si quizá te sea perdonado el pensamiento de tu corazón;
23 porque en hiel de amargura y en prisión de maldad veo que estás.
24 Respondiendo entonces Simón, dijo: Rogad vosotros por mí al Señor, para que nada de esto que habéis dicho venga sobre mí.
25 Y ellos, habiendo testificado y hablado la palabra de Dios, se volvieron a Jerusalén, y en muchas poblaciones de los samaritanos anunciaron el evangelio.